miércoles, 26 de diciembre de 2007

¡Ha aparecido la gracia! (Tit 2,11)

En estas fiestas, las luces inundan nuestras calles y nuestras casas, y nos anuncian que estamos en un tiempo especial. Por desgracia, la sociedad consumista ha “robado” el sentido de este derroche de luz, y lo ha convertido en un reclamo mas para atraer a clientes que gasten sus ahorritos en regalos, cenas de navidad, etc. Asimismo nuestras casas y calles se llenan de luces de todo tipo, pero la mayor parte de las veces se hace porque “toca hacerlo”, sin una reflexión previa de lo que significa esa luz.

Existe luz porque existen las tinieblas, es decir, sin oscuridad es imposible que brille la luz; el sol se puede apreciar porque previamente le ha antecedido la noche. La luz brilla así donde hay tinieblas, y se erige como faro y guía para salir de esa “noche”. Nuestra sociedad consumista nos ofrece muchas luces que atraen, pero que no ayudan a salir de la “noche” sino que sirven sólo para confundir y desviar: pensemos en las polillas – o en cualquier insecto – que mueren achicharradas en las bombillas o focos públicos; las pobres creen que el día está cerca y van como locas a su encuentro, pero pobrecitas de ellas sólo se encuentran con un engaño, en su caso mortal engaño.

A nosotros nos puede pasar algo parecido, ya que nos sentiremos atraídos por tantas luces, pero que sólo sirven para enmascarar una realidad que dista muy lejos de ser tan perfecta como lo pinta esta sociedad. Nos dicen: no seas el último en comprar, llena tu despensa y gasta sin medida, compra hoy y paga dentro de 6 meses, felicita a todo el mundo porque “toca”. Y todos caemos en la trampa, y de nuevo llenamos nuestra Navidad de regalos, de gastos infinitos y de prisas por preparar cenas interminables. No nos damos cuenta que la Navidad es otra cosa.

Todo empezó hace 2000 años. Todo un Dios todopoderoso atendiendo al clamor de su pueblo decide tomar forma humana y nace como un humano más. Lo interesante es contemplar cómo nace Dios entre nosotros: nace en un pesebre, es decir el lugar de las bestias, ya que no hay posada que lo acoja; los primeros que van a verlo fueron unos pastores, gente indeseable y de escasa formación. ¿Y esta es la luz del mundo? ¿Si ha nacido como un pobre desgraciado que nadie se acuerda de él? Pues, sí que es la verdadera luz que da esperanza a nuestro mundo. Dios quiere dar esperanza a quien no la tiene, este es el sentido profundo de la Navidad. El Dios con nosotros, el Enmanuel, quiere habitar para siempre entre nosotros y lo hace solidarizándose con la mayoría de la humanidad que se encuentra deprimida y abandonada. El niño Jesús se convierte así en una esperanza para todos los pobres y desgraciados de nuestra tierra. Él les dice: yo he querido nacer olvidado de todos, pasando frío para sentir lo que sentís, para que sepáis que hay Alguien que se acuerda de vosotros y para anunciaros que todavía es posible un cambio, que todavía hay lugar para los sueños que se hacen realidad. Convertiremos estas fiestas en Navidad cuando imitemos al niño Jesús de Belén: cuando visitemos a los enfermos que nadie visita, cuando cuidemos a la gente que nadie se ocupa de ella, cuando luchemos por los derechos de aquellos “olvidados” de nuestra sociedad (inmigrantes, sin techo, etc). Ha aparecido la gracia de Dios, aprovechemos ese chorro de luz que irradia de la debilidad de un niño recién nacido: su poder es el amor y el servicio. Nosotros los seguidores de este niño intentaremos con la ayuda de Dios hacer realidad todos estos sueños. Feliz y Santa Navidad.


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